domingo, 3 de julio de 2016

Como nos cuesta Malvinas

Ninguna guerra es buena, se gane o se pierda.  Y ya sabemos que si hablamos de personas, todas pierden con la guerra.

Y si de por sí ya es difícil de hablar de las guerras, tanto mas cuesta hablar de ellas cuando el resultado no es o fue favorable. Y ni hablar de lo que representa hablar de estas cosas en nuestra bendita y “triunfalista” Argentina.
Ya sea que hablemos de deportes, de elecciones, de guerras, o de lo que se trate, no nos es fácil aceptar defectos, nos duele no sentirnos los numero uno, no reconocemos nuestras metida de pata, buscamos justificaciones permanentemente para aceptar aquellas cosas que no nos fueron favorables. No reconocemos segundos puestos.

Preferimos no hablar ni analizar “los porque” de una derrota antes que hacer una autocrítica. Preferimos buscar un responsable que nos libre de culpas, antes que asumir y reconocer nuestras propias responsabilidades y errores. Nos resistimos a aprender de nuestros desaciertos.

En el caso de la Guerra de Malvinas necesitamos buscar héroes y actos heroicos para poder hablar de ella. Necesitamos encontrar algo que nos muestre (o nos permita fantasear con) “lo grande que somos”. Nos cuesta analizar Malvinas desde la posición, acción y responsabilidades de cada uno. 
Nos resistimos a hablar en serio de la guerra, o de Malvinas, o de la guerra de Malvinas, como algo real, concreto, que nos pasó y que nos pasa a todos los argentinos. Y mas aún de la posguerra con la que conviviremos durante muchos años mas.

La Guerra de Malvinas se perdió, "¿y que?"  
Muchos países en el mundo perdieron guerras (tantos o mas de los que las ganaron). Eso no los hace peores, ni mejores. 
Los que aprendieron de esos hechos, hoy son grandes sociedades. Acá en Argentina parece que nadie quisiera hacerse responsable de eso (ni de la guerra en si, ni de la derrota, ni de las consecuencias que aun sigue y seguirá habiendo entre nosotros como resultado de ella, ni siquiera de la pérdida de la Islas hace ya cientos de años).

Cuando se recuerdan hechos y actitudes de combate destacables por su valor, todos se interesan y se sienten parte de “Malvinas”.
Cuando surgen los errores y las consecuencias de la guerra, “Malvinas” se analiza como si en ella no hubiera estado involucrada toda la sociedad, como si la guerra fuese algo “externo” a ella“Malvinas” pasa a ser un hecho “que decidieron unos milicos borrachos y que sufrimos los excombatientes”.




Cuando todos sabemos que los días de abril y mayo de 1982 transcurrieron derrochando patriotismo y apoyo por parte de toda la población.
Galtieri decía “si quieren venir, que vengan” y millones de argentinos lo vivaban, alentaban y apoyaban. Los poderes económicos, empresarios, religiosos, de comunicación, corporativos, políticos, estaban todos alineados con “la Guerra de Malvinas”.
Se respiraba ese triunfalismo tan contagioso y común en estas tierras (mientras se aceptaba el “vamos ganado”)  ¿O no?  

Casi de veinte años después, pocos quieren recordarlo, pareciera que avergüenza haber estado de acuerdo y apoyado el combate. 
Paradójicamente, el mismo sentimiento “patriótico” que enaltece la entrega y el comportamiento que tuvimos los soldados en la guerra, parece ser vergonzoso reconocerlo en el resto de la sociedad civil.

Nadie quiere “sentirse usado” (como si esa elección de apoyo que se tomó en su momento fuese algo que se le impuso a la sociedad, como si el sentimiento patriótico que nos movió a muchos a empuñar un arma para luchar por lo que se reconoce como propio, fuese algo vergonzante). No estuvo mal, "Malvinas es un sentimiento" y como tal explotó, ¿porque negarlo?

Pareciera ser que Malvinas se ubica entre el “superior” deber patriótico y el “humano” rechazo a la guerra. 

Entre el "engaño" de la junta, y el “genuino sentimiento” de recuperación de nuestro territorio. 
Visión bastante “billikenniana” (si se me permite el término), en la que el excombatiente y Malvinas quedan presos entre la exaltación, la admiración, y el rechazo.

Exaltación, admiración: a la entrega, al deber patriótico de los soldados, al reconocimiento de ese territorio ocupado históricamente por los ingleses, a la voluntad de lucha por un bien común. 
Y rechazo al engaño, a la  muerte, a aceptar las consecuencias de los hechos dolorosos de los combates, a haber formado parte y haber aceptado ir a un combate sin medir ni analizar muy bien las consecuencias. A subirse y a aceptar semejante decisión sin un plan concreto, solo con las ganas y sin medir los costos de esa acción.

Es como si Malvinas "era algo que había que hacer, pero que mejor no lo hubiéramos hecho”, algo en que estuvimos todos de acuerdo, pero mejor no acordarnos.

Las Islas Malvinas se convirtieron en un símbolo de “patria”, de “soberanía violada”, de "deuda histórica", de “interés superior nacional”, de “recuperación de lo propio”.
La dictadura militar que gobernaba en esos años, es por el contrario un símbolo de sometimiento del país, de engaño, de mentira, de vergüenza, de corrupción, de torturas y muerte, de violaciones a los derechos humanos.

Y la “Guerra de Malvinas” una rara mezcla de ambos símbolos. 
Y pareciera que es difícil para nuestra sociedad, poder aceptar esa dualidad, es como que ahora lo correcto es tomar partido por una u otra "posición".

Y lo simbólico desdibuja, tapa lo real, lo deja de lado, lo hace ajeno, lo hace lejano, lo hace “impropio”.

Y en medio de este berenjenal de contradicciones simbólicas está el ex combatiente que es visto por un lado como símbolo de la guerra, ligado a lo militar (cuando por definición y experiencia vivida debiera ser un ícono contra las guerras); y por otro lado identificado como una víctima de la dictadura militar, prácticamente ligado a las víctimas del terrorismo de estado.
Ni una cosa ni la otra, convengamos que el excombatiente o el veterano de guerra no es símbolo de nada. Los que combatimos como soldados en Malvinas, somos seres humanos reales, personas de carne y hueso de casi 40 años que soportamos como pudimos la guerra y soportamos como podemos la posguerra.

Tenemos que asumir que Malvinas es responsabilidad de toda la sociedad argentina, esa misma sociedad que apoyó la guerra el 2 de abril y que luego en Junio prefirió ver el Mundial.

Tenemos que asumir que pudimos haber metido la pata, y que Malvinas es una historia de todos. Y que si metimos la pata fué por no tener experiencia, por negligencia quizás, o por inocencia, pero si lo discutimos y lo analizamos podemos aprender todos de esta aventura común que se llama Malvinas.

Si la seguimos viendo como ajena, con indiferencia, como algo “de los milicos hdp” y de “los pobres ex combatientes”, de poco sirvió todo.


CCH2007                                                                (Abril de 2001)

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